¿Yo feminista?
Bárbara García Chávez:
La educación elemento de transformación
Soledad JARQUÍN EDGAR
Bárbara García Chávez nació en
Morelos pero la registraron en Guanajuato. Es abogada por la Universidad
Nacional Autónoma de México. Ha dejado parte de su vida en diversos estados y
ciudades y su trabajo político la ha llevado a ocupar dos veces el cargo de
regidora: una en el municipio de Torreón, Coahuila, y otra en Oaxaca de Juárez.
Nació el día de San Lázaro y en ella
también se consumó un milagro. A su madre, Elvira, le anunciaron que la niña
había nacido muerta, la pusieron en una mesa y en segundos empezó a quejarse,
la niña estaba viva.
La vida le impuso tomar decisiones
difíciles y en el séptimo año de la revolución sandinista, se embarcó en la
formación de cooperativas en Managua, Nicaragua, a través del movimiento
internacionalista para la reconstrucción de ese país centroamericano, que en
ese año estaba destruida por las tres “eses”: Somoza, el Sismo y el Sandinismo.
Conoció la pobreza provocada por los
años de guerra, y la sufrió, pues había que atenerse a las consecuencias porque
lo que más escaseaba, además del agua, era la comida. De aquel tiempo, la
imagen de mujeres milicianas siempre sonrientes le dejan aún un agradable
recuerdo, y la enseñanza de la solidaridad, como se llamaba la unidad de ayuda
internacional en la que estaba. Esta experiencia, habría de enriquecer el
trabajo “ciertamente burocrático” pero invaluable al lado de Valentín Campa y Demetrio
Vallejo, a quienes de recordar se le iluminan los ojos.
Bárbara García Chávez cuenta su
historia y su transformación hacia el feminismo y afirma que sí, que es
feminista porque cree en las mujeres, porque cree que las mujeres tienen los
mismos derechos que cualquier otro, cree que hay que actuar para defender esos
derechos y porque cree que los derechos permiten que las mujeres sean seres
humanos en toda su integridad.
Permanente estudiosa, lectora tenaz,
observadora acuciosa y crítica podrían hoy definir a Bárbara García Chávez,
quien descubre el feminismo como una imposición en su vida reciente, pero que
el análisis podría llevarnos a considerar que es producto de un largo
aprendizaje que pasa por el dolor propio que al racionalizar transforma en
conceptos y conclusiones tenaces.
¿Cómo descubres que eres feminista?
Creo que desde hace muchos años pero
no me conceptualizaba específicamente así, me definía como una mujer de
izquierda, funcionalmente revolucionaria, activista por los derechos humanos en
muchas áreas de mi actividad política y social pero no me concretaba en una
línea específica frente al movimiento feminista, es más ni siquiera lo conocía
de manera conceptual.
Me doy cuenta que soy feminista por
coincidencia y transformación. Es decir, que transformo mi lucha política,
social, cotidiana de muchos años, en una lucha consiente y específica en
función de los derechos y el avance de las mujeres. Y no es sino hasta hace
cinco años, con el evento concreto de ser nombrada regidora de equidad de
género.
En ese momento debo confesar que me
sentí, incluso disminuida, ahora lo veo con cierta vergüenza de haberme sentido
así. De no haber contemplado antes de reaccionar la importancia y trascendencia
que tenía ese nombramiento, en mi camino, en mi vida y en mi perspectiva como
mujer.
Y me sentí disminuida porque sentí
que era una línea muy específica para lo que creí mi amplitud de experiencia,
aunque se oye chocante, yo me definía como una luchadora social de izquierda,
teoricé, estudié y me desarrollé en ese sentido, pero mi lucha social la
consideraba sin género, creía que la lucha social no podía determinarse en relación
con un solo género, por eso pensaba que la amplitud de mi experiencia se
sesgaría.
Después me di cuenta que no era así.
¿A qué te remite ese razonamiento?
Me remite a la historia de la lucha
por la libertad, por los derechos humanos, por la ciudadanía, por la
reivindicación o las diferentes reivindicaciones sociales, económicas, a final
de cuentas la historia nos define primero como especie humana solidarios,
solidarias y tal vez después las reivindicaciones en razón de la división y la
separación de género o desigualdades que históricamente se contemplan con estas
generalidades, pero siempre he pensado que cuando se generaliza siempre hay
errores, en todos los ámbitos de la vida. Esa es una enseñanza de mi abuela.
Ella decía si generalizas siempre te vas a equivocar. No hay generalidades
plenas, siempre hay excepciones.
Yo creo que para observar las
diferencias y las desigualdades, lo puedes hacer desde dos aristas, cuando las
estudias porque dentro de tus estudios entras a esas áreas o cuando vives esas
desigualdades. Y normalmente cualquier mujer vive esas desigualdades en el
transcurso de su vida, menos o más, con menor o mayor profundidad, pero yo me
considero que no viví desigualdades, tal vez porque en mi casa fuimos cuatro
mujeres y un hombre, tal vez porque fuimos incluso tratadas con más privilegios
que el hombre, tal vez porque en mi casa se privilegió la lectura, la educación
y en términos generales la justicia. Eso me llevó a no percibir las
desigualdades de manera directa, porque en mis estudios básicos y preparatoria estudié en escuelas de puras
mujeres…
¿Y esas mujeres no vivían
desigualdades?
Nunca lo percibí. Lo percibo cuando
entro a la UNAM, en un tiempo de efervescencia política, de participación de
las mujeres y empiezo a darme cuenta con mi abuela, de la que además aprendí
mucho, y me daba cuenta de las grandes cargas de trabajo, responsabilidades, de
rezagos morales y religiosos que cargaba, fue hasta entonces que me di cuenta,
incluso, que mi madre había muerto a los 27 años por esas cargas, heredadas y
asumidas.
Una historia personal, su enseñanza
Mi madre muere después de nueve
partos. Empieza a tener hijos a los 17 años, año tras año, siempre sabiendo que
en cualquiera de esos embarazos y partos está en riesgo de morir, porque clínicamente
tenía un tipo de sangre (RH Negativo) que en ese tiempo la hacía proclive a
envenenarse ella como a el o la bebé, pero por cuestiones religiosas no
prevenía esos embarazos, hasta que en el último de sus partos se murió.
Entonces oía a mi abuela decir que seguramente su hija estaba en el cielo
porque era una santa.
Sin embargo, agrega que se da cuenta
que su madre muere y define la vida de sus cuatro hijas y de un hijo, “por esa
carga moral, religiosa, social que se le impone a algunas mujeres, la mayoría
de las mujeres, de ser exclusivamente procreadoras”.
Su actitud impresiona, parece lejos
del dolor, lejos del victimismo. Hace muchos años que aprendió a racionalizar
esos hechos y a entenderlos. Por ello, sostiene que aunque no hay recetas
únicas para cambiar la realidad de las mujeres, lo indispensable es desprenderse
de los tabúes religiosos y morales y se requiere primero que nada de educación,
después de conciencia, una posición personal en la vida, una posición como ser humano, que permita a
las mujeres tomar la vida en sus manos a través de decisiones propias.
No se pueden tomar decisiones cuando
tienes una influencia cargada de estigmas, de concupiscencia, de eso que las
mujeres tenemos mucho más que los hombres “lo bueno” y “lo malo”, si soy buena
o soy mala. Y ya que te quitaste eso de encima poder actuar sin revancha, sin
venganza, sin competencia.
A las mujeres nos hace falta frialdad
en el cerebro, convencernos a nosotras mismas de que los sentimientos a veces
nos victimizan. Buena parte de nuestra felicidad debería estar en la decisión
de cada mujer, lo cual, desafortunadamente, no se da en las condiciones de
todas las mujeres.
Traemos la carga de muchas
generaciones atrás y no se van a acabar ni con teorías, ni con muchos talleres,
ni con muchas marchas, apunta y propone que lo primero es la educación “y eso
necesariamente no está en nuestras manos”.
Me parece que el feminismo tendría
que pugnar porque la educación fuera su bandera fundamental. No en una
reeducación lo cual es muy difícil, sino en una educación sin injerencia de
líneas filosóficas, religiosas o morales, porque dentro del patriarcado las
mujeres vivimos una esclavitud disfrazada.
Bárbara García Chávez sostiene que la
educación –aún cuando es laica y pública-
impacta mucho más a las mujeres, “nos marca como hierro caliente, esa asignación
social difícil de cambiar y que sigue manteniendo el estigma social de la buena
mujer”.
Clara, sin tapujos ni
arrepentimientos en sus palabras y hasta en sus hechos, Bárbara reitera que el
feminismo debe impactar de fondo las políticas educativas. “Si no hacemos que
las políticas educativas se modifiquen desde su origen, desde las asignaturas
iniciales, nos vamos a tardar muchos años más. Ya pasaron muchos siglos como
para seguir viendo con naturalidad en los medios a la “señora feliz barriendo”,
“a la mujer sonriente con cinco criaturas” y el problema no es que barra o
tenga cinco criaturas, sino que se determina cómo lo indispensable para que la
mujer sea mujer.
La violencia un lastre
Bárbara García Chávez afirma que el lastre
más pesado, más riesgoso socialmente en los asuntos de género es la violencia y
apunta que esa violencia se permite e impulsa desde la educación: a los hombres
se les permite y como sociedad la hemos naturalizado, se va aprendiendo como
una forma de pasar la vida, de pagar “las culpas” por ser mujeres.
Y se remite a los filósofos y a los
evangelios más antiguos, las culpas de la mujer que provoca el pecado humano,
por “lo sucio” que le resulta al hombre convivir con un sangrado mensual; pero
si habláramos de la modernidad, la violencia pareciera ser producto del pago
por “el privilegio” de ser madre, por los “10 de mayo” que pasamos y los que
están por venir, porque aunque “no nos los merezcamos” hay días dedicados a
nosotras, las mujeres, y bueno hasta por desear la felicidad habría entonces
que sufrir para merecer como dicen las santas escrituras.
Por eso insisto en que la
evangelización como método de conquista, y eso en América lo sabemos bien, ha
resultado siempre más efectiva para alcanzar las metas del patriarcado, y
aunque yo pareciera de pronto más hereje de lo debería ser –dice en tono de sarcasmo-
“creo que para impulsar y terminar verdaderamente un golpe mortal contra la
violencia, tendríamos que modificar esa conciencia judeo-cristiana que tenemos
sobretodo en américa y que cargamos de manera más pesada las mujeres”.
“Su política” interna le fluye y no
se puede quedar con las ganas de decir que el
gobierno puede generar políticas públicas que
de pronto parecen un látigo contra el agresor que no han resultado muy
eficientes, es necesario actuar con políticas que modifiquen la educación, la salud
sexual y reproductiva, las políticas de seguridad y fundamentalmente, de manera
especial a las políticas, económicas que inserten a las mujeres en la vida
productiva que les permita, desde niñas, jóvenes, saber que son capaces de auto
determinarse.
Su anhelo vita es que las mamás
puedan decir, desde que sus hijas nacen, “en este país, en este estado, en este
municipio mi hija va a poder se autosuficiente y su vida la va a poder decidir
ella”.
Es muy utópico?
¿Sí, pero sucede en Finlandia,
sucede en Suecia, por qué no va a poder suceder en México?