viernes, 9 de noviembre de 2012

Yo feminista: Bárbara García Chávez


¿Yo feminista?
Bárbara García Chávez:
La educación elemento de transformación

Soledad JARQUÍN EDGAR
Bárbara García Chávez nació en Morelos pero la registraron en Guanajuato. Es abogada por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha dejado parte de su vida en diversos estados y ciudades y su trabajo político la ha llevado a ocupar dos veces el cargo de regidora: una en el municipio de Torreón, Coahuila, y otra en Oaxaca de Juárez.
Nació el día de San Lázaro y en ella también se consumó un milagro. A su madre, Elvira, le anunciaron que la niña había nacido muerta, la pusieron en una mesa y en segundos empezó a quejarse, la niña estaba viva.
La vida le impuso tomar decisiones difíciles y en el séptimo año de la revolución sandinista, se embarcó en la formación de cooperativas en Managua, Nicaragua, a través del movimiento internacionalista para la reconstrucción de ese país centroamericano, que en ese año estaba destruida por las tres “eses”: Somoza, el Sismo y el Sandinismo.
Conoció la pobreza provocada por los años de guerra, y la sufrió, pues había que atenerse a las consecuencias porque lo que más escaseaba, además del agua, era la comida. De aquel tiempo, la imagen de mujeres milicianas siempre sonrientes le dejan aún un agradable recuerdo, y la enseñanza de la solidaridad, como se llamaba la unidad de ayuda internacional en la que estaba. Esta experiencia, habría de enriquecer el trabajo “ciertamente burocrático” pero invaluable al lado de Valentín Campa y Demetrio Vallejo, a quienes de recordar se le iluminan los ojos.
Bárbara García Chávez cuenta su historia y su transformación hacia el feminismo y afirma que sí, que es feminista porque cree en las mujeres, porque cree que las mujeres tienen los mismos derechos que cualquier otro, cree que hay que actuar para defender esos derechos y porque cree que los derechos permiten que las mujeres sean seres humanos en toda su integridad.
Permanente estudiosa, lectora tenaz, observadora acuciosa y crítica podrían hoy definir a Bárbara García Chávez, quien descubre el feminismo como una imposición en su vida reciente, pero que el análisis podría llevarnos a considerar que es producto de un largo aprendizaje que pasa por el dolor propio que al racionalizar transforma en conceptos y conclusiones tenaces.
¿Cómo descubres que eres feminista?
Creo que desde hace muchos años pero no me conceptualizaba específicamente así, me definía como una mujer de izquierda, funcionalmente revolucionaria, activista por los derechos humanos en muchas áreas de mi actividad política y social pero no me concretaba en una línea específica frente al movimiento feminista, es más ni siquiera lo conocía de manera conceptual.
Me doy cuenta que soy feminista por coincidencia y transformación. Es decir, que transformo mi lucha política, social, cotidiana de muchos años, en una lucha consiente y específica en función de los derechos y el avance de las mujeres. Y no es sino hasta hace cinco años, con el evento concreto de ser nombrada regidora de equidad de género.
En ese momento debo confesar que me sentí, incluso disminuida, ahora lo veo con cierta vergüenza de haberme sentido así. De no haber contemplado antes de reaccionar la importancia y trascendencia que tenía ese nombramiento, en mi camino, en mi vida y en mi perspectiva como mujer.
Y me sentí disminuida porque sentí que era una línea muy específica para lo que creí mi amplitud de experiencia, aunque se oye chocante, yo me definía como una luchadora social de izquierda, teoricé, estudié y me desarrollé en ese sentido, pero mi lucha social la consideraba sin género, creía que la lucha social no podía determinarse en relación con un solo género, por eso pensaba que la amplitud de mi experiencia se sesgaría.
Después me di cuenta que no era así.
¿A qué te remite ese razonamiento?
Me remite a la historia de la lucha por la libertad, por los derechos humanos, por la ciudadanía, por la reivindicación o las diferentes reivindicaciones sociales, económicas, a final de cuentas la historia nos define primero como especie humana solidarios, solidarias y tal vez después las reivindicaciones en razón de la división y la separación de género o desigualdades que históricamente se contemplan con estas generalidades, pero siempre he pensado que cuando se generaliza siempre hay errores, en todos los ámbitos de la vida. Esa es una enseñanza de mi abuela. Ella decía si generalizas siempre te vas a equivocar. No hay generalidades plenas, siempre hay excepciones.
Yo creo que para observar las diferencias y las desigualdades, lo puedes hacer desde dos aristas, cuando las estudias porque dentro de tus estudios entras a esas áreas o cuando vives esas desigualdades. Y normalmente cualquier mujer vive esas desigualdades en el transcurso de su vida, menos o más, con menor o mayor profundidad, pero yo me considero que no viví desigualdades, tal vez porque en mi casa fuimos cuatro mujeres y un hombre, tal vez porque fuimos incluso tratadas con más privilegios que el hombre, tal vez porque en mi casa se privilegió la lectura, la educación y en términos generales la justicia. Eso me llevó a no percibir las desigualdades de manera directa, porque en mis estudios básicos  y preparatoria estudié en escuelas de puras mujeres…
¿Y esas mujeres no vivían desigualdades?
Nunca lo percibí. Lo percibo cuando entro a la UNAM, en un tiempo de efervescencia política, de participación de las mujeres y empiezo a darme cuenta con mi abuela, de la que además aprendí mucho, y me daba cuenta de las grandes cargas de trabajo, responsabilidades, de rezagos morales y religiosos que cargaba, fue hasta entonces que me di cuenta, incluso, que mi madre había muerto a los 27 años por esas cargas, heredadas y asumidas.
Una historia personal, su enseñanza
Mi madre muere después de nueve partos. Empieza a tener hijos a los 17 años, año tras año, siempre sabiendo que en cualquiera de esos embarazos y partos está en riesgo de morir, porque clínicamente tenía un tipo de sangre (RH Negativo) que en ese tiempo la hacía proclive a envenenarse ella como a el o la bebé, pero por cuestiones religiosas no prevenía esos embarazos, hasta que en el último de sus partos se murió. Entonces oía a mi abuela decir que seguramente su hija estaba en el cielo porque era una santa.
Sin embargo, agrega que se da cuenta que su madre muere y define la vida de sus cuatro hijas y de un hijo, “por esa carga moral, religiosa, social que se le impone a algunas mujeres, la mayoría de las mujeres, de ser exclusivamente procreadoras”.
Su actitud impresiona, parece lejos del dolor, lejos del victimismo. Hace muchos años que aprendió a racionalizar esos hechos y a entenderlos. Por ello, sostiene que aunque no hay recetas únicas para cambiar la realidad de las mujeres, lo indispensable es desprenderse de los tabúes religiosos y morales y se requiere primero que nada de educación, después de conciencia, una posición personal en la vida,  una posición como ser humano, que permita a las mujeres tomar la vida en sus manos a través de decisiones propias.
No se pueden tomar decisiones cuando tienes una influencia cargada de estigmas, de concupiscencia, de eso que las mujeres tenemos mucho más que los hombres “lo bueno” y “lo malo”, si soy buena o soy mala. Y ya que te quitaste eso de encima poder actuar sin revancha, sin venganza, sin competencia.
A las mujeres nos hace falta frialdad en el cerebro, convencernos a nosotras mismas de que los sentimientos a veces nos victimizan. Buena parte de nuestra felicidad debería estar en la decisión de cada mujer, lo cual, desafortunadamente, no se da en las condiciones de todas las mujeres.
Traemos la carga de muchas generaciones atrás y no se van a acabar ni con teorías, ni con muchos talleres, ni con muchas marchas, apunta y propone que lo primero es la educación “y eso necesariamente no está en nuestras manos”.
Me parece que el feminismo tendría que pugnar porque la educación fuera su bandera fundamental. No en una reeducación lo cual es muy difícil, sino en una educación sin injerencia de líneas filosóficas, religiosas o morales, porque dentro del patriarcado las mujeres vivimos una esclavitud disfrazada.
Bárbara García Chávez sostiene que la educación –aún cuando es laica y pública-  impacta mucho más a las mujeres, “nos marca como hierro caliente, esa asignación social difícil de cambiar y que sigue manteniendo el estigma social de la buena mujer”.
Clara, sin tapujos ni arrepentimientos en sus palabras y hasta en sus hechos, Bárbara reitera que el feminismo debe impactar de fondo las políticas educativas. “Si no hacemos que las políticas educativas se modifiquen desde su origen, desde las asignaturas iniciales, nos vamos a tardar muchos años más. Ya pasaron muchos siglos como para seguir viendo con naturalidad en los medios a la “señora feliz barriendo”, “a la mujer sonriente con cinco criaturas” y el problema no es que barra o tenga cinco criaturas, sino que se determina cómo lo indispensable para que la mujer sea mujer.
La violencia un lastre
Bárbara García Chávez afirma que el lastre más pesado, más riesgoso socialmente en los asuntos de género es la violencia y apunta que esa violencia se permite e impulsa desde la educación: a los hombres se les permite y como sociedad la hemos naturalizado, se va aprendiendo como una forma de pasar la vida, de pagar “las culpas” por ser mujeres.
Y se remite a los filósofos y a los evangelios más antiguos, las culpas de la mujer que provoca el pecado humano, por “lo sucio” que le resulta al hombre convivir con un sangrado mensual; pero si habláramos de la modernidad, la violencia pareciera ser producto del pago por “el privilegio” de ser madre, por los “10 de mayo” que pasamos y los que están por venir, porque aunque “no nos los merezcamos” hay días dedicados a nosotras, las mujeres, y bueno hasta por desear la felicidad habría entonces que sufrir para merecer como dicen las santas escrituras.
Por eso insisto en que la evangelización como método de conquista, y eso en América lo sabemos bien, ha resultado siempre más efectiva para alcanzar las metas del patriarcado, y aunque yo pareciera de pronto más hereje de lo debería ser –dice en tono de sarcasmo- “creo que para impulsar y terminar verdaderamente un golpe mortal contra la violencia, tendríamos que modificar esa conciencia judeo-cristiana que tenemos sobretodo en américa y que cargamos de manera más pesada las mujeres”.
“Su política” interna le fluye y no se puede quedar con las ganas de decir que el
 gobierno puede generar políticas públicas que de pronto parecen un látigo contra el agresor que no han resultado muy eficientes, es necesario actuar con políticas que modifiquen la educación, la salud sexual y reproductiva, las políticas de seguridad y fundamentalmente, de manera especial a las políticas, económicas que inserten a las mujeres en la vida productiva que les permita, desde niñas, jóvenes, saber que son capaces de auto determinarse.
Su anhelo vita es que las mamás puedan decir, desde que sus hijas nacen, “en este país, en este estado, en este municipio mi hija va a poder se autosuficiente y su vida la va a poder decidir ella”.
Es muy utópico?
¿Sí, pero sucede en Finlandia, sucede en Suecia, por qué no va a poder suceder en México?