Soledad Jarquín Edgar
Empiezo proponiéndoles una reflexión: cuál es la responsabilidad de padres y madres, de educadores, de los medios de comunicación, de iglesias y, en general, de quienes nos gobiernan.
Propongo que hagamos la reflexión frente a lo sucedido en una escuela de Chetumal, Quintana Roo, donde dos menores de edad, niños aún de entre 10 y 11 años, violaron sexualmente a uno de sus compañeros de tan sólo 9 años y en otro caso, cuatro adolescentes abusaron sexualmente de una compañera de 13 años, peor aún grabaron la violación con un celular y luego se lo enviaron a su víctima.
Estamos frente a casos que superan toda posibilidad de indignación. Una se pregunta ¿qué hacer? ¿Por qué suceden estos hechos aberrantes? ¿Quién es el responsable? Por eso hablaba de responsabilidad social y de responsabilidad institucional.
La respuesta nunca será simple. La violación es una forma de humillar, de someter, de degradar a las personas. Es un acto que permite demostrar superioridad del o los agresores sobre la otra, a quien por supuesto, se considera inferior, una cosa.
El violador cosifica a la persona que agrede. En su imaginario el violador tiene esa “posibilidad” de convertir a una mujer o niño, seres humanos, en cosas para su utilidad sexual. La violencia sexual tiene ese cometido, como sucede también con las otras violencias.
El acoso escolar, conocido como hostigamiento, y del que de un tiempo para acá escuchamos con mayor frecuencia bajo el nombre inglés de bullying es cualquier forma de maltrato psicológico, verbal o físico producido entre escolares, que pasa de forma reiterada a lo largo de un tiempo determinado.
Eso dice la definición y también sabemos, por datos de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, que el 40% de la población escolar de primaria y secundaria, tanto en instituciones públicas como privadas del país, es víctima de bullying.
Sin embargo, violar sexualmente a un compañero o compañera, escapa de toda forma de bullying, es otro tipo de agresión. Es la agresión más extrema y el resultado de todos nuestros fracasos humanos y por ende institucionales, porque no se previene este delito, se calla, se omite como si no pasara. Porque en nada o casi nada se ha revertido esta violencia sexual contra las mujeres a pesar de la burocratización de las políticas de género. Porque persiste el consentimiento institucional para el violador y se sigue cuestionando a los padres del niño violado o la niña violada, porque –decimos- no se dan cuenta de lo que hacen sus hijos, de cómo llegaron a su casa, con quién se relacionan y muchos etcéteras más.
Qué responsabilidad tiene el gobierno en un caso de violencia sexual entre niños, se preguntarán ustedes y yo diría que esa violencia, como las otras que se cometen contra mujeres o contra esta niña de 13 años, está directamente relacionada con el fracaso educativo del país, que no basta estar entre las entidades con mayor educación como sucede a Quintana Roo, se necesita más.
La educación es la única ventana que tenemos hacia el futuro y el futuro es hoy mismo. Si la niñez no es atendida de manera adecuada, es decir, si la educación se sigue reduciendo al aprendizaje de conocimiento –a veces rudimentario de matemáticas, español, historia elemental…- y no vemos más allá de sus potencialidades, estaremos presenciando muchos más casos de este tipo de violencia.
Las escuelas en México han descartado de facto temas como la cultura y la ciencia, han desechado la literatura y la poesía, ha eliminado el aprendizaje del respeto a los demás, evitan hablar de los derechos de las y los otros, de los que son diferentes o creemos diferentes a nosotros. Como el caso del niño que era golpeado porque los otros decían que “era feo”. Nadie quiere hablar de sexualidad y los adolescentes toman el aprendizaje equivocado y luego actúan como delincuentes contra su compañera de escuela.
La escuela dejó de ser un espacio para el aprendizaje y práctica del deporte: mens sana in corpore sano, como dijo el poeta romano Juvenal. Así el profesorado que repudia la enseñanza privada, propicia la proliferación de escuelas privadas para la enseñanza del deporte. El resultado es lo que vemos ahora, programas para revertir la obesidad y la diabetes infantil, producto entre otras muchas cosas de la falta de ejercicio.
No hay en las escuelas una educación integral que contribuya a la posibilidad de una mejor generación de niñas y niños, infantes que viven inmersos desde hace más de cuatro años en medios de comunicación que muestran todos los días descuartizados, descabezados, encobijados o balaceados; niñez que ha aprendido que el narcotráfico es también un modus vivendi, de ahí la respuesta de las niñas y adolescentes de Michoacán, que en un 40 por ciento de estudiantes de secundaria, sueñan con un novio narcotraficante. Me pregunto si será para satisfacer necesidades materiales o será sólo como un reflejo de protección a sus vidas.
Eso es lo que vivimos hoy en un país de más de 40 mil muertos de la guerra oficial calderonista contra el narco. El dinero para la educación, la cultura y la ciencia es inversión para armas, equipos de combate, espionaje y manutención de militares en la calle.
No hay sino desaliento para las niñas y los niños, que ven en sus hermanos y hermanas mayores la ruptura con la esperanza, sobre todo cuando la sociedad descubrió los miles de jóvenes que no estudian ni trabaja. Cuando todos los días escuchan de sus padres y madres la misma frase: el dinero no alcanza. Aunque el Secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, diga que México ha superado la pobreza. Quizá Cordero, quien pretende aspirar a la presidencia de México, se refería sólo a su familia, ahí sí seguramente la pobreza se ha superado.
Y la responsabilidad sigue. Las iglesias por ser una oposición avasallante frente a la urgencia de educar sexualmente a la infancia, en las escuelas; las familias porque nos hacemos de la vista gorda, porque no asumimos nuestra responsabilidad ciudadana de rechazar la mala enseñanza pública, los malos programas que a través de la señal –propiedad de la nación- distribuyen los monopolios televisivos.
No nos sirve de nada saber del bullying si no hacemos nada por evitar la agresión y el profesorado sigue –como muchas familias- haciéndose de la vista gorda con esos alumnos problemáticos.
Es necesario replantear la política educativa pero no se podrá hacer nada en tanto “la política” siga metida en las aulas y el dinero público sirva para la prioridad de Felipe Calderón, comprar armas, a pesar de que doña Elba Esther Gordillo le diga al oído y con un beso que su sexenio es el sexenio de la educación.