miércoles, 14 de marzo de 2012

La perversa costumbre de excluir a las mujeres

En nombre de la cultura:
La perversa costumbre de excluir a las mujeres

El reto de impulsar el reconocimiento político y social de la desigualdad
de las mujeres por mandato social de género y con base en ello,
impulsar un diálogo político distinto, por ahora en México se antoja imposible.

Norma REYES TERÁN*
La cultura política de nuestro país está retrasando el cumplimiento de las libertades y los derechos de ciudadanía de las mujeres. Los cambios que se necesitan requieren forzosamente del convencimiento de los actores políticos. Y en México, no lo hemos sabido producir.
Desde luego, parece lógico y elemental que la clase política deba conocer y respetar los compromisos internacionales de su país, no obstante, frente a la discriminación de las mujeres, los partidos políticos sólo han sido capaces de mostrar una actitud mercenaria, apática e indiferente.
Es claro que si fuera por la clase política, los derechos de las mujeres continuarían postergados quién sabe para qué época del porvenir. No obstante, el recrudecimiento de la violencia machista, los asesinatos (feminicidios) y la trata de mujeres y niñas, así como la escasa participación de las mujeres en todos los niveles de gobierno y, en muchos otros ámbitos, nos llaman a romper ya con el orden establecido.
Pero, si los dueños del poder no son aliados de las mujeres, ¿con quiénes se cuenta para lograr esta titánica empresa? Con la opinión pública, no; con los empresarios, no; con la sociedad civil organizada, no; con la academia, no; con las religiones, no. ¿Con quiénes, entonces? Es triste reconocerlo pero no hay respuesta.
La esperanza de un vuelco, sostengo que es el activismo feminista. Dicho de otra forma, si los sujetos obligados no han sabido responder a la opresión y las demandas de autonomía de las mujeres, habremos de encontrar la manera de influir y propiciar el reconocimiento de nuestros derechos políticos, sociales, económicos y culturales. El reto del feminismo es construir colectivamente una agenda que responda a la autonomía de las mujeres.
En este contexto, la situación de las mujeres debe ser analizada a partir de las nuevas realidades sociales configuradas a partir de la globalización económica neoliberal, las nuevas tecnologías de la información y el multiculturalismo, es decir, de las prácticas frecuentemente violentas y hostiles -disfrazadas de tradiciones y sello de identidad cultural-, ejercidas contra las mujeres en las comunidades que se rigen por el sistema de usos y costumbres.
Frente a la mundialización del capitalismo neoliberal y de las tradiciones que históricamente han sido fuente de desigualdad de las mujeres, el feminismo tiene la compleja tarea, por un lado, de deslegitimar lo que de forma silenciosa y subterránea vienen transmitiendo las instancias sociales y mediáticas, en el sentido de que la desigualdad no se encuentra relacionada con los procesos económicos y políticos, ni con las estructuras de dominación y las tradiciones, sino que se trata de una cuestión inherente a la propia condición humana y, por otro, la responsabilidad de diseñar la utopía de la transformación social.
Respecto al multiculturalismo, compartimos con el feminismo que, en lugar de hablar de prácticas culturales, debiéramos hablar de prácticas patriarcales, porque aquellos hechos que se pueden entender desde cierta lógica como choques culturales o como violencia cultural, tienen en realidad un trasfondo androcéntrico que legitima y reproduce una posición de poder, el poder de los hombres sobre las mujeres.
Esto habrá que aplicarlo a Oaxaca, el estado más multicultural de México: con sus 17 pueblos indígenas, entre zapotecos, mixtecos, nahuas, chocholtecos, zoques, chinantecos, huaves, triquis, mixes, afrodescendientes y más.
Oaxaca es el único estado cuya legislación reconoce expresamente a los pueblos y comunidades indígenas, su derecho de regirse bajo el régimen de "usos y costumbres", dicho de otro modo, tienen el derecho de mantener sus formas de organización social y gobierno no importando si estas se apegan o no a los derechos humanos o bien a la cultura democrática que rige al resto de la ciudadanía.
Así, los partidos políticos y una parte considerable del movimiento indigenista y organizaciones civiles, han conseguido legitimar en Oaxaca un salto bestial hacia el comunitarismo, sin darle oportunidad a la modernidad de establecerse plenamente, borrando los derechos individuales en perjuicio de las mujeres.
Por esa razón, Oaxaca se asemeja con un laboratorio de pruebas que reta al planeta entero, en cuanto a la promoción de la democracia y el respeto de los derechos humanos se refiere. Indiscutiblemente, todas las culturas son valiosas, pero no las prácticas patriarcales ni los privilegios masculinos confundidos y justificados en tradiciones culturales que atropellan los derechos humanos de las mujeres, por mas que éstas se encuentren legalmente reconocidas e institucionalizadas.
De la orografía de su territorio a su sistema electoral mixto; de su megadiversidad biológica a la megadiversidad cultural; de la exclusión de las mujeres en la elección de autoridades locales en más de cien municipios al rapto; del feminicidio a la trata; la única constante en Oaxaca es la complejidad.
La sociedad oaxaqueña es complicadísima, es la que concentra el mayor número de municipios de México, 570 con más de 10 mil localidades; con unos actores políticos que no saben leer ni escribir, frente a otros que ostentan posgrados. Aspira a vivir bajo un régimen democrático, sí, pero sus normas toleran otras formas de organización que nada tienen que ver con una elección universal, libre y secreta.
Más de 400 municipios de Oaxaca se rigen por usos y costumbres y en un centenar de ellos prevalece la perversa costumbre de no permitir el acceso de las mujeres a las asambleas generales donde se determina quienes representarán a la comunidad. No votan ni pueden ser electas, no estudian porque hacerlo es un privilegio de los hombres y, en algunos casos, no pueden elegir pareja ya que tendrán que vivir con quien su padre disponga previo arreglo económico o trueque.
La comprensión de la subordinación de las mujeres sigue siendo endeble en la cultura política nacional y local, los actores están acomodando sus parlamentos frente al tema; pero no para un auténtico reconocimiento de la aportación social y económica de las mujeres; tampoco para democratizar la vida familiar y llamar a compartir por igual el trabajo doméstico y de cuidados.
Presenciamos un uso político distorsionado de la defensa de los derechos de igualdad de las mujeres; constatamos cómo, en nombre de la opresión de las mujeres, se convoca, se moviliza y se reclama; pero no encontramos congruencia entre esos actos y la vida interna de los congresos, las organizaciones sindicales, los partidos políticos, los gobiernos emanados de cualquier signo o coalición e incluso las organizaciones civiles.
La revisión de los usos y costumbres es una exigencia pero no existe consenso ni en el Congreso de la Unión ni en los Congresos Locales para forzar dicho proceso. La responsabilidad de subsanar el déficit de participación política de las mujeres es del Poder Legislativo, que debería deliberar y establecer medidas que permitan a las mujeres el goce y disfrute de sus derechos.
En Oaxaca, el reconocimiento de las desigualdades entre culturas es hoy una verdad incuestionable; pero el reconocimiento de las desigualdades de las mujeres no; exigir el reconocimiento de esta forma de desigualdad todavía incomoda, ofende, molesta a la clase política y a la sociedad civil.
El trato desigual que durante décadas ha concedido el Estado Mexicano a las entidades del norte del país, en perjuicio de las entidades del sur, es criticable por injusto; el trato desigual que se da a las mujeres en la sociedad se hace pasar como una condición natural, como algo biológicamente determinado, no como lo que es: una práctica indecente, ofensiva e injusta.
Las religiones continúan influyendo en los asuntos públicos; el clero participa funcionalmente de las decisiones políticas. Los políticos consienten los abusos de las religiones, principalmente, del catolicismo y se impide desde los gobiernos, por ejemplo, los derechos reproductivos y los derechos sexuales de las mujeres.
Perviven prácticas patriarcales legitimadas en la ley, en la religión y en los usos y costumbres, de consecuencias lamentables para la libertad y autonomía de las mujeres. Este es el escenario que se alcanza a ver y este es el escenario que urge transformar.
Se ha dicho que en un estado como Oaxaca, cuyos paisajes cambian de "pre" a posmodernos en tan sólo 10 kilómetros, el único feminismo posible es el de los libros. No lo creo.
Imaginar y construir otro mundo, es posible. El desenlace de esta utopía, requiere de la construcción de un diálogo político distinto y un gran acuerdo que redunde en los cambios que requerimos.
* Feminista de la Agencia para la Igualdad S.C.