Bárbara GARCÍA CHÁVEZ
La coalición de partidos que obtuvo el triunfo electoral en Oaxaca y que ahora gobierna la entidad, así como la mayoría de sus municipios, ha resultado un desencanto para quienes esperaron que la simple alternancia arrebatara viejas prácticas propias del cacicazgo, la corrupción y la impunidad; todo fue una ilusión, ni paz ni progreso.
Sin llegar a grados impropios de pesimismo y acudiendo a la reflexión ecuánime, habría que desentrañar el origen del hasta ahora casi fracaso del gobierno de la alternancia y la transición. El que se autonombra “gobierno democrático”, igual que el gobierno de la ciudad de México, insisten en ser lo mismo aunque de origen diferente. Oaxaca, se suscribe y patrocina desde la derecha y el gobierno ebradista va por la izquierda –eso dice el jefe de gobierno del DF-.
La situación casi insostenible, por el desaliento y hartazgo de la gente, obliga a darnos una explicación que pasa por el endeble origen de las alianzas partidarias y con algunos grupos de la “sociedad civil”. Aún si aceptamos el pragmatismo como eje rector que anula la ideología y principios ético-políticos, para justificar la unión electoral de partidos opuestos, sería difícil que llegásemos a confundir la contradicción con la concertación.
Paso a paso. El punto medular de esta fórmula en principio aberrante que pretende explicar la alianza derecha-izquierda, es la necesidad apremiante de enfrentar a un gobierno tirano, per se autoritario, para instalar un gobierno alterno de transición democrática; eso está muy bien, es fácil entenderlo y compartir el objetivo.
Sin embargo, la idea de “democracia” no empata con la de exterminar cualquiera otra opción, es decir, unir fuerzas sin importar cómo ni qué suceda con la alternancia, pues el objetivo fundamental es aniquilar una expresión política: el PRI, porque ahora es tiempo del cambio, ahora les toca disfrutar las mieles del poder. Eso no es alternancia, eso es tan sólo reemplazo.
Las derrotas políticas de antaño se han vuelto las revanchas del presente: la transición democrática sólo es hoy el protagonismo populista. No hay claridad práctica porque no la hay conceptual, ¿Gabino Cué pretende cogobernar o gobernar con aliados? Al parecer sólo sigue ocurrencias de sus muy cercanos, estrategias que lo llevan a cometer error tras error.
La concertación parece agotada, desde que la coalición para la paz y el progreso, se fincó en los atributos de un candidato y la descalificación contundente y revanchista por los que ahora se muestran como puros, aunque alguna vez fueron compañeros y hasta cómplices de los que ahora se pretende aniquilar, no como discrepantes sino como enemigos; faltan propuestas, acciones que demuestren que no son iguales, que no es más de lo mismo. Se les agota el tiempo.
Es importante señalar la falta de criterios teóricos de que adolece la coalición por la paz y el progreso desde su conformación, ya que si bien es cierto que no existe un marco conceptual rígido, pudo considerar que una alianza política requiere un programa común de gobierno, creíble por el electorado, aceptable para los partidos que la integran y con un claro beneficio social; igualmente, la alianza exige que se comparta la responsabilidad gubernamental en la cual las distintas fuerzas políticas contribuyan a objetivos administrativos y políticos que vayan más allá de la coyuntura, alcanzar el bienestar general.
Las coaliciones en este sentido, deben permitir crear gobierno mediante negociaciones en las cuales se unen en un proyecto político y los cargos en la administración solo sean un componente de criterio confiable. Sin embargo, la garantía de cumplimiento de los objetivos planteados no puede descansar en estos cargos, que se vuelven cuotas de poder y que en caso de no satisfacer las expectativas de los partidos políticos y grupos diversos, en cualquier momento se puede romper la alianza y generar una crisis de gobierno que lo haga caer.
En los sistemas presidencialistas con periodos fijos de gobierno, como México, las alianzas y coaliciones son más frágiles y riesgosas, aún más cuando los partidos que la conforman no son afines.
La transición en Oaxaca se encuentra en grave riesgo, se quedó empantanada en el proceso electoral y la gloria del triunfo. El éxtasis de algunos personajes que permanecen aun en el letargo de la embriaguez y el embrujo del poder adquirido, opacan el camino que no pueden recorrer; se detuvieron en la primera fase: la coalición electoral. En los dos estadios más importantes –el ejecutivo y el legislativo- no se consolida la coalición hacia una verdadera transición democrática. Ese debería ser el eje sobre el cual se funden las alianzas políticas. El triunfo electoral sólo es coyuntural.
Si se pierde este objetivo –la transición democrática- se genera la percepción de que los partidos coaligados únicamente buscan el poder por el poder mismo, con un sentido patrimonialista de los cargos en beneficio propio, generado desaliento y decepción.
La incompatibilidad de intereses entre los propios partidos políticos aliancistas, entre el gobierno y algunas fuerzas sociales de gran poder factico (caso sección 22 del SENTE), desestiman la participación directa de la sociedad en el gobierno, porque encuentran que su poder y ámbito de decisión está acotado por un discurso diferente o contrario a los acuerdos a que hubieren llegado antes. De ser aliados electorales, pasan a ser antagónicos, conflictuando la gobernabilidad aún más por su capacidad de presión y movilización, que incluso se alimenta desde algunos de los grupos políticos que inciden en el gobierno de coalición, ya sea por convicción o por intereses específicos en la búsqueda de ampliar sus espacios de poder.
El gobierno de la paz y el progreso que encabeza Gabino Cué ha formado en tan sólo seis meses una nueva red de poder burocrático, que podríamos denominar stratum político, sin coherencia estructural, absolutamente disfuncional, contradictoria en el contexto territorial y temporal, al que no le interesa considerar la opinión de quien piensa diferente, pues están seguros de reunir al interior todas las expresiones de la pluralidad democrática, en un proceso paradójico que permite la cercanía con los sectores económicamente dominantes y, a la vez, argumentar retóricamente la inserción de las clases populares en las entrañas del gobierno.
De alguna manera, los procesos de plebeyización y profesionalización de los políticos se ve plasmado en los nombramientos de funcionarios y funcionarias, que por un lado, se dice provienen de los estratos socioeconómicos más desprotegidos (siempre aludiendo a Benito Juárez) y, por otro lado, se les exige grado académico, como demostración de estatus elitista.
La coalición electoral por la paz y el progreso, logró acceder a los poderes del gobierno gracias al voto de castigo, resultado del hastío, del miedo y la indignación del pueblo oaxaqueño frente a la camarilla priista que lo mantuvo sometido y violentado por decenas de años. Fue la opción que despertó la quimera de un cambio con rumbo, hacia la oportunidad de transición consistente y verdadera.
El gobierno democrático de Cué ha resultado una farsa, producto de malos acuerdos y poco compromiso; Oaxaca no va esperar veintitantos años sin ver resultados, se percibe la ofuscación y la desesperanza; el actual gobierno es responsable de sus acciones y omisiones. Hay inconformidades que se transforman en resistencia, los agravios se suman y se tornan en movimientos que a la larga no se detienen; volteemos al continente vecino, Gabino Cué echa las barbas a remojar.