viernes, 29 de octubre de 2010

¡Calderón está no es nuestra guerra!

Soledad JARQUÍN EDGAR

El país realmente está descompuesto. De norte a sur, México está en guerra, una guerra que no es de las mexicanas y los mexicanos, como yo o como usted. Es la guerra de Felipe Calderón contra el narco, una guerra que deja más vencidos que vencedores, una guerra cruel que daña a miles de familias que nada tienen que ver con la delincuencia organizada.

Para la mayoría de las personas, el amanecer se convierte en un halo de esperanza, en medio de todas las crisis, siempre esperamos que esta mañana, esta que ahora estamos empezando, sea distinta, que algo suceda y las cosas se mejoren. Así, de esa manera inician su día millones de personas en México, pero cientos más tienen una percepción distinta, cada día la mancha de temor a la violencia, a perder la vida en el fuego cruzado, en un ataque equivocado de militares o sicarios se hace más y más extensa.

Este jueves, un grupo de trabajadoras y trabajadores de la maquila en Ciudad Juárez, Chihuahua, terminaron sus labores; ellas y ellos, como usted y como yo, tenían la esperanza de que el día sería bueno después de una larga jornada de esclavizante trabajo en las trasnacionales que operan en la frontera norte, pero las cosas no pasaron así. Las balas asesinas, de una guerra que no es suya, terminó con sus vidas. Al menos tres mujeres y un hombre fueron asesinadas por un comando que asaltó el autobús en que volvían a casa. Otras 15 personas resultaron heridas, ocho fueron reportadas en estado crítico y la mayoría eran mujeres.

¿En qué país vivimos? Me pregunto, cómo se pregunta usted y nadie responde. Felipe Calderón ha perdido la brújula, no tiene respuestas, sin duda las drogas hacen daño, lo cual generalmente pasa cuando se consumen, a otros les afecta aún sin consumirlas, como sucede con Felipe Calderón que nos lleva a una confrontación sin armas ni equipos, en desigualdad total a una guerra interna, donde como siempre, quien pierde es la gente que nada tiene que ver.

Un dato que no es curioso, sino que nos invita a reflexionar, es el hecho de que la mayoría de las víctimas de esta guerra interna son jóvenes. Este mismo jueves, hubo una protesta de jóvenes del PRD, UNAM y UAM en la capital del país, solicitaban seguridad, garantías para su vida diaria, para cuando van a la escuela, al trabajo, a reunirse entre ellas y ellos.

Las víctimas del ataque a trabajadoras de la maquila en Ciudad Juárez, tenían entre 21 y 45 años de edad. Jóvenes, igual que hace una semana y la anterior y la anterior. La historia se repite día tras día. La deducción de la ONU es que los ataques a este sector de la población buscan sembrar el miedo en la sociedad.

Cierto, el miedo nos empieza a paralizar y con ello se paraliza nuestra indignación.

La declaración de Magdy Martínez-Solimán, coordinador residente del sistema de las Naciones Unidas (ONU) en México, nos lleva a pensar en lo terrible que es esta acción de la delincuencia organizada de atacar al país a través de la población joven y quizá, por lo sucedido en Juárez, y como ha sucedido en otros espacios pero no ha sido del todo perceptible, ahora también las mujeres son el blanco de la venganza, considerando que en el machismo (padre de las guerras) los cuerpos femeninos son botines o trofeos, ahí se lastima, ahí se ofende.

El problema, como dice la gente de Chihuahua o de otras entidades del norte del país, es que tanto dolor, tantas pérdidas humanas, todos los días, nos llevan a olvidar y la tragedia colectiva se ve como individual, aislada. Una masacre tras otra paraliza el cerebro humano, lo congela, le pone una cortina de hierro para que no pase, para que no lastime. Nos aisla el dolor, nuestra pírrica reacción frente a la tragedia de los otros, a los que ni conocemos, ni nos importan, es la muestra más clara. No hacemos nada. Sin duda, somos un país adormecido.

No sé cuántas tragedias han pasado en el último año en México; no sé cuántas masacres, donde las víctimas son mujeres y hombres jóvenes; usted y yo hemos perdido la cuenta, nos hemos olvidado de los sitios dónde suceden, siempre nos parece el mismo lugar, el mismo episodio, sabemos que ocurren en el norte e imaginamos que el norte está cada día más lejos de nuestras casas; la costumbre de repetir sin contexto, sin fondo, sin análisis, la nota rápida, la inmediatez, el escándalo, el otra vez, nos inmuniza del dolor que creemos ajeno y ¡oh, sorpresa! ese dolor también es nuestro. Entonces pienso en el papelón de algunos medios como aliados estratégicos de Felipe Calderón, insisto somos un país adormecido.

Cierto, es una forma de defendernos, de soportar el día y la pesada carga que provoca la incertidumbre de un país que desmorona sus esperanzas de que algo mejor pueda pasar… al final en silencio y tratando de omitirlo todos los días, pero como señala una carta que este mismo jueves circuló Elizabeth Flores, Directora del CENTRO DE PASTORAL OBRERA, de nuestra dolida ciudad Juárez, “llevamos latente el luto y el dolor de nuestros hermanos y hermanas, padres, hijos, hijas y amigos que nos ha arrebatado una guerra que no es nuestra”.

Sí, entre la población mexicana, en el fondo quizá está ese dolor por las familias que han sido afectadas, se extiende al resto del país, y nuestra esperanza de que algo nuevo pueda suceder este día y termine la guerra cruenta se pierde en ese amasijo descompuesto y que en silencio llevamos los y las mexicanas a lo largo y ancho del país. El norte, pues, está cada día más cerca, si nos quedamos en silencio y Calderón piensa que está haciendo bien las cosas, el Norte llegará más pronto. Ya no queremos más víctimas, esta guerra no es nuestra guerra.

jarquinedgar@gmail.com