sábado, 28 de agosto de 2010

Amalia, la niña madre

Soledad JARQUIN EDGAR

Datos de la Organización de las Naciones Unidas, apuntan que 104 millones de niñas y niños se encuentran fuera del sistema educativo en el mundo, casi el 60 por ciento son niñas; de los cerca de 800 millones de analfabetas que hay en el globo terráqueo, dos terceras partes son mujeres. Esas cifras no son sino resultado de las inequidades de género que imposibilitan a las mujeres a tener acceso a mejores condiciones a lo largo de sus vidas, convirtiéndose así en víctimas de un sistema que ni las ve ni las oye.

Con esos datos, la ONU estableció con las Naciones que la integran, entre ellas México, las Metas del Milenio y propuso lograr la educación primaria universal bajo el entendido que la educación de las niñas constituye una herramienta fundamental para el empoderamiento de las mujeres y con ello el desarrollo de sus comunidades.

Las mujeres que cuentan con una educación adecuada, dice Naciones Unidas, realizan mayores contribuciones económicas a sus hogares y comunidades, pues son más proclives a invertir en salud y educación para sus hijas e hijos.

Por ello, sostiene ONU que la educación de la mujer es el factor que más influye en la salud de las niñas y los niños y en la reducción de la mortalidad de las madres e hijos. También sirve para evitar embarazos y retardar la edad en que deciden unirse, y que en el caso de México es sumamente lamentable. El dato indica que el 23% de las jóvenes indígenas están casadas a los 15 años y su nivel promedio de educación es de 6o grado de primaria.

Pienso en Amalia, la niña de 11 años que hace unos días fue madre de otra niña en Quintana Roo. Pienso en la madre de Amalia y en la abuela de Amalia. Imagino si las tres primeras generaciones hubieran tenido acceso a una mejor educación, desde la elemental hasta desarrollar una carrera profesional. Entonces creo que el destino de Amalia hubiera sido otro.

Casos como el de Amalia nos muestran que las autoridades federales, estatales y municipales, son las únicas responsables de la desgracia de esta niña que tuvo que pasar por la violencia sexual de un padrastro, luego vivir la negativa de las instituciones, violentando por segunda vez sus derechos, al negarle la práctica de un aborto so pretexto de su avanzado estado de embarazo y, finalmente, enfrentar un embarazo y el nacimiento de una niña que ella ni siquiera imaginaba, peor aún, esta niña y su madre, ambas víctimas de un sistema que no ve a las mujeres como seres humanos. Amalia-niña y su hija-niña, si tienen “fortuna”, recibirán las migajas que el Estado reparte mediante programas asistenciales a través de ese bodrio llamado Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia y por donde corre un río de recursos financieros que son factibles de desviar y que, al final, no resuelven el problema de la desigualdad en que viven millones de mujeres.

La periodista Graciela Machuca me contaba esta misma mañana de viernes que las diputadas del Congreso de Quintana Roo, le ofrecieron a la niña-madre apoyos del Programa Oportunidades, sin duda, migajas del pastel que las señoras se comen todos los días, resultado también de su ceguera ¿Por qué no cambiar y darle un golpe de timón a la existencia de todas las mujeres? ¿Por qué no hacer algo más allá de repartir limosnas y crear como si estuviéramos en el auge del porfiriato, clubes de damas para repartir limosnas entre la población pobre? ¿Por qué no hacer políticas públicas con perspectiva de género? ¿Por qué no vigilar que haya presupuestos destinados a reducir las brechas de la desigualdad que generan todo tipo de violencias contra las mujeres? ¿Por qué no crear leyes y vigilar que las leyes que hacen realmente garanticen el ejercicio de los derechos de las mujeres? ¿Saben por qué? Porque eso significa trabajar y romper un esquema tradicional de subordinación, que primero debe desaparecer de su memoria personal.

Sin duda, en México las niñas, las adolescentes y las jóvenes viven en carne propia las desigualdades que provoca mirar a las mujeres como objetos y no como sujetos de derechos humanos. Las desventajas en las que han vivido son ese repetible círculo de la desgracia generación tras generación, frente a la mirada siempre acusadora de los gobiernos que no entienden que, en tanto, las mujeres no reciban oportunidades (y no me refiero al programa) de educación real y formal, oportunidades para mejorar su salud, oportunidades para crecer y adquirir herramientas para su desarrollo real y tangible, difícilmente podrán detener el tren de la desigualdad en que viajan más de la mitad de las personas que vivimos en México y en el mundo.

Así, sin condiciones, difícilmente podrán bajar del vagón de la pobreza y la violencia que hoy sigue enfrentando Amalia, como esa violencia que estereotipa y que hace decir a muchas personas que a pesar de sus 11 años, Amalia podrá ser una buena madre porque es una mujer; curiosamente, su ser mujer fue la misma razón que empleó su padrastro Isaac Santiago Martínez para abusar de ella cuando apenas tenía 10 años.

Esa es la realidad para miles o quizá millones de mujeres en este país, en especial las pobres y las indígenas, que permanecen sin educación formal, lejos de acceder a la educación sexual y ejercer sus derechos reproductivos debido al fundamentalismo que imponen las “santas” religiones. El resultado es la tragedia que vive Amalia.

En el mundo y en todo el país, la educación de las mujeres, de todas las edades y grupos sociales, debe concebirse como el elemento fundamental para acabar con las desigualdades de género. Pero de eso nada, Felipe Calderón en cambio nos subió esta semana al carro de una guerra que sin duda generará más violencia, marginación, pobreza y el olvido en que ya están las Amalias y para quienes ya vimos los derechos se convierten en migajas.

Los destinos si se pueden cambiar. Un caso concreto es el trabajo que realiza el Fondo de Becas Guadalupe Musalem, que en 15 años ha transformado el panorama de vida de 72 niñas oaxaqueñas que sin la beca de estudios no hubieran podido estudiar una carrera. Entre ellas, hay ahora antropólogas, abogadas, médicas, contadoras, algunas están haciendo maestrías, 41 por ciento son bilingües y tres de ellas son trilingües. Tienen un formación distinta y están colaborando con sus comunidades en la construcción de relaciones diferentes entre mujeres y hombres.

A ese grupo pertenece Maricela Zurita Cruz, estudiante de la carrera de Ciencias de la Educación, 22 años y originaria de San Juan Quiahije, Juquila, en la Sierra Sur de Oaxaca, quien ganó el Premio Nacional de la Juventud 2008 y pudo cumplir el sueño de que su madre tenía: conocer la ciudad de México.

Sin duda, la historia de Amalia y de Maricela, son paralelas pero pudieron ser iguales, si Amalia hubiera contado con la ayuda de mujeres como las del Grupo Rosario Castellanos que impulsaron el Fondo de Becas Guadalupe Musalem en Oaxaca.

La historia pudo ser diferente, si las autoridades dejaran de pensar en las mujeres como si se tratara de objetos y no de sujetos con derechos. Si dejaran de pensar que Amalia podrá sobrevivir con el programa Oportunidades.

Tal vez el DIF le quite a su hija porque es menor de edad, como pasó con otra menor que fue retenida en un albergue de Quintana Roo; tal vez, como sucede en Oaxaca, donde las menores de edad por un lado son obligadas a tener a sus hijos y después no se les permite registrar a sus hijos e hijas ¿y saben por qué? Porque son menores de edad.